miércoles, 26 de noviembre de 2008

He aquí el porqué...

Desperté esa mañana y me caí de la cama. Golpeé mi cabeza contra el piso y perdí la conciencia por unos segundos. Cuando volví en mí, me di cuenta de que el dolor había desaparecido por completo. Me levanté suavemente, de modo de no marearme de nuevo. Miré a mi alrededor: no reconocí nada ni a nadie. ¿Dónde estaba? Parecía una carpa bastante grande, llena de mesas repletas de manjares a punto de ser devorados por algún jeque. Es lo que a mí me pareció, ya que los hombres que me rodeaban, aquellos hombres que intentaron despertarme de mi letargo, eran negros con túnicas blancas largas y turbantes en las cabezas. De pronto, sentí que en mis pantalones había algo de arena. ¿Estaba acaso en un desierto? Era evidente: hacía un calor infernal. Desde que me repuse, no había parado de sudar. Me levante despacio y con un ademán les agradecí a los árabes que me habían ayudado a recomponerme, pero estos me contestaban en una lengua que desconocía por completo. Caminé unos pocos pasos hasta fuera de la carpa. El sol se veía cruel desde abajo. No había ni una sola nube en el cielo. A pocos metros de la tienda había un relajante oasis, donde se encontraban pastando y bebiendo de las aguas un montón de camellos. Me fui acercando y, al llegar, se me aproximó un anciano. Este me dijo: -Has de saber que esos ciento un camellos son los portadores de toda la sabiduría del mundo. Son ciento uno porque uno de ellos engendró a todos los demás; a partir de un sueño que tuvo, comenzó a parir camellos hasta llegar a los cien. El viejo camello padre, amo y señor de la más grande fuente de sabiduría, repartió entre sus hijos gotas de su conocimiento. Son cien las gotas y tú has sido elegido para conseguir cada una de ellas. No te diré cómo lograrlo: eso sólo tú lo sabes. Y el anciano desapareció.
Desde ese día no soy el mismo. He recorrido todo el mundo en busca de respuestas, pero aún no he conseguido ninguna. Tal vez estén en mí; tal vez en mi memoria. Intentaré dilucidar los mensajes que me entrega la vida para alcanzar, una por una, las gotas de la sabiduría. Es un camino arduo, mas ha de ser transitado. De esta manera doy comienzo a una nueva aventura. ¿Llegará el día en que me convierta en los ciento un camellos?