domingo, 7 de diciembre de 2008

Bibliofilia

Debo hacer una pequeña confesión introductoria: comencé a leer seriamente a los veinte años, hace no mucho. Por supuesto, nunca es tarde para amigarse con los libros. Nunca. A lo que voy es a que me perdí de los clásicos "infantiles" (lease "Los viajes de Gulliver", "Los tres mosqueteros", "La cabaña del tío Tom", etcétera). Si bien -repito- nunca es tarde para leer esas grandes obras, estoy en una etapa de aprehensión filosófica, sociológica e historiográfica; le doy mayor cabida a obras literarias muy importantes, y que no son precisamente para niños, como "El lobo estepario", de Hermann Hesse, tal vez la mejor novela que haya leido en mi vida.
Estoy con ganas de hablar de un tema que en los últimos tiempos me ha empezado a rondar la cabeza: la bibliofilia. Según la RAE: (De biblio- y -filia). 1. f. Pasión por los libros, y especialmente por los raros y curiosos. Yo digo, para ser más o menos riguroso con el empleo de esta definición, que soy un bibliófilo en ciernes. Es decir, me apasionan los libros grandemente, y cada vez siento más la necesidad de comprar libros que pienso leer. Sin embargo, todavía me faltan unas cuotas de obsesión para ser un completo loco de los libros, o, mejor dicho, y usando un término que me gusta mucho y que comienza a pegárseme a la piel: un verdadero ratón de biblioteca. Es ahí donde me diferencio de los bibliómanos, que tan sólo adquieren obras con el mero objetivo de decorar sus bibliotecas -ya lo dijera Borges al hablar de sus obras-. Y cuanto más raros, mejor.
("...especialmente por los raros y curiosos": es cierto; ando buscando cierto libro con esas características, "Los eruditos a la Violeta", de José Cadalso (o Joseph Vázquez), uno de los literatos españoles más influyentes del siglo XVIII. Esta obra, cumbre en su carrera, es un "tratado" irónico sobre los que "quieren saber mucho estudiando muy poco", es decir, los eruditos a la Violeta, o "eruditos superficiales".)
Un bibliófilo compra libros donde sea, con tal de aumentar su caudal de lecturas. Es mi caso ciertamente. En el último mes me hice de seis libros, probablemente muy buenos todos. Al menos son obras -en la mayoría de los casos- que dieron gran prestigio a sus autores. Las enumero: "La ciencia como profesión" y "La política como profesión" (ambas obras en un mismo libro), de Max Weber; "La transformación" (también: "La metamorfosis"), de Franz Kafka; "El extranjero", de Albert Camus; "Alicia en el país de las maravillas", de Lewis Carroll; "Ejércitos de la oscuridad", de Silvina Ocampo, y "El antricristo", de Friedrich Nietzsche. Como verán, son legibles. Además, queda claro que a mí me interesa de todo. No le hago asco a ninguna disciplina que me pueda cultivar intelectualmente. El miércoles voy a asistir a la "Noche de librerías", en Av. Corrientes entre Callao y Talcahuano. Tengo pensado comprar algunos librito más. Por caso: "Historia universal de la destrucción de los libros", de Fernando Báez, y "Amadís de Gaula", de autor anónimo. Sí, mi amor por las buenas letras está llegando muy lejos, pero nunca demasiado lejos. Eso, creo yo, es imposible. Cualquier obsesión es mala, mas nunca la es la bibliofilia. Puede haber libros con contenidos constructivos o destructivos, pero no se puede decir que un libro sea intrínsecamente malo. Puede serlo su contenido, o, más posiblemente, su autor.
En este punto me podría detener largo y tendido, pero antes quiero ver que cuenta Fernando Báez en el libro que cité. He leído por Internet que es una obra demoledora, algo así como "Farenheit 451", de Ray Bradbury, de la cual sólo conozco la trama, puesto que nunca tuve el placer (¿o la desgracia?) de leerla. Un amante de los libros no puede soportar que se los destruya. Y eso va más allá de la libertad de expresión. Convengamos que hay mucha gente a favor de ella que no es capaz de leer un libro pequeño siquiera. Es decir, no podrían sentir el ardor en el pecho que la quema de un libro puede provocar en un ávido lector. Tan sólo despotricarían contra los malditos destructores de la libertad.
Recapitulando: soy un neófito en el arte de la bibliofilia. Creo que este camino no tiene retorno... y no me preocupa. Mi biblioteca al día de hoy cuenta con tan sólo treinta y cuatro libros de lo más variados. La mayoría son de literatura e historia, mis grandes amores.
Cuando tenga mi propia casa, con mi propia biblioteca -ahora tengo los libros amontonados en un rincón, tristes, mas nunca olvidados-, pienso expandirla a pasos agigantados. Todo lo que el bolsillo me permita. Y el tiempo, por supuesto, para leerlos.